El olivo, símbolo de la paz (y de la resistencia)

Raimiz tiene 24 años y se casó hace dos meses, por lo que su familia de nueve miembros ha aumentado recientemente. La economía de su familia, al igual que la de otras 100.000 en toda Cisjordania, se basa en el cultivo de la oliva y la producción de aceite. El olivo se cultiva en Palestina desde hace más de 6.000 años y Raimiz y los suyos cuidan con mimo los olivares heredados de sus ancestros.
La cosecha es uno de los acontecimientos clave en Palestina: cada año, a finales de otoño, las olivas están maduras y miles de palestinos y palestinas salen en familia a sus campos para recogerlas una a una, igual que hicieron los abuelos de sus abuelos. Pero desde hace unos años las cosas no resultan sencillas y las familias palestinas arriesgan incluso sus vidas para realizar el trabajo que les permitirá subsistir un año más.
Raimiz ha salido de su casa a las 5 de la mañana, acompañado de su madre de 40 años y de dos de sus hermanos varones, todavía unos niños. Si todo va bien, podrán cosechar hasta las cuatro de la tarde, pero todo indica que no va a ser así. Ayer apenas consiguieron cosechar tranquilos unas horas, igual que sucedió todos los días desde que comenzó la temporada de cosecha este año: se lo impiden las piedras y las amenazas que les lanzan unos colonos desde la colina que linda con su olivar. Desde hace varios años, los colonos israelíes utilizan la violencia para impedir la cosecha de la oliva, una estrategia que persigue el doble objetivo de asfixiar la ya maltrecha economía palestina y de que los campos queden abandonados. De este modo pueden ser reclamadas como propiedad estatal por Israel, que mantiene vigente una antigua ley heredada de la era otomana que permite reclamar todas aquellas tierras que hayan sido “abandonadas” y dejadas sin cultivar durante cuatro años. Estas tierras suelen ser adjudicadas a colonos israelíes.
Raimiz dice que este año las cosas están peor de lo habitual y los colonos se muestran especialmente agresivos con ellos, debido a que han comenzado a construir un nuevo asentamiento ilegal en la colina adyacente. “Cada año toman más tierras” afirma, “pero nosotros tenemos que seguir trabajando porque es nuestro único ingreso y si no lo hacemos nos quitarán el olivar”. Raimiz señala el árbol en que está trabajando y dice: “Cogeré mis olivas cada día, aunque me maten, porque este olivo fue plantado por mi abuelo hace cientos de años y tengo derecho a colectar”.
La rama de olivo simboliza la paz, una paz que en estas tierras parece lejana. Aunque Raimiz está seguro de que “si sus voces llegan a la gente de todo el mundo que quiere la paz, se presionará al gobierno de Israel para que cese la ocupación, y la paz podrá ser alcanzada”.
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El olivo es el cultivo principal en Cisjordania. Además de su valor económico, en el que se basa la economía palestina, los olivares se han convertido en todo un símbolo de la resistencia palestina debido a su profundo arraigo a la tierra y a su capacidad para sobrevivir en condiciones adversas.
Sabedor de esto, Israel arranca de raíz, quema o corta campos enteros de olivos a lo largo de toda Cisjordania, privando con esos actos a miles de familias en un solo golpe de su historia y de su sustento.

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