De divinas y de humanos (ropa de lujo en la miseria)


Ya está bien, joder...  Es lo primero que me viene a la cabeza al ver el anuncio de Donna Karanfotografiado en Jacmel, Haití. ¿Es que el mundo de la publi se mira tanto su ombligo que no es capaz de ver cuando su criterio “estético” atenta contra la más básica moral y dignidad humana? ¿No es “de cajón” que utilizar a personas en situación de pobreza o vulnerabilidad como fondo y decorado para vender moda de lujo es simplemente obsceno?

Ya hace un par de años nos asombrábamos con la campaña de la firma de moda Missing Johnny en la que se presentaba el “look cooperante de la temporada”. En ella, personas inmigrantes recién llegadas en patera o claramente desfavorecidas, aparecían bajo la protección de una “modelo cooperante” sonriente, caritativa, mirando a cámara... y divina ella con sus vestiditos de la firma en cuestión.

Por cierto, practiquísimos los tacones para pisar fuerte en terreno. En fin.

Dejando aparte el tema de la moralidad de estas prácticas publicitarias, hay algo que me rasca más en el caso de la foto de DK en Jacmel (por si no nos dábamos cuenta: “Photographed in Haiti. Discover the beauty and inspiration” (¡)). Quizás es mi hipersensibilidad hacia todo lo que tiene que ver con este país y esta ciudad en concreto, especialmente en fechas como estas. O quizás es fruto de haber trabajado, debatido y conversado mucho sobre ello con colegas periodistas “de los dos lados”: medios y organizaciones sociales. El caso es que me rebelo cada vez que veo imágenes donde personas haitianas son retratadas en actitudes como las de esta foto. Esas miradas perdidas en el horizonte, ese gesto resignado... reflejan una pasividad y una aceptación de su situación de víctimas que yo no encontré en Haití, ni siquiera en medio de las peores circunstancias imaginables.

En los meses tras el terremoto este tipo de imágenes se alternaban en nuestros medios con las de personas violentas, descontroladas y sanguinarias, usando la fuerza para “saquear y robar” lo poco que quedaba en pie en el país, y para imposibilitar la llegada de la ayuda humanitaria... No voy a abundar en detalles porque me canso a mí misma escuchándome repetir las mismas cosas, pero sí dejo caer, una vez más, que el uso de mensajes de este tipo no es inocente. No es inocuo. No es imparcial. Y no es un tema únicamente moral. La repetición de estos estereotipos en los medios masivos configura imaginario colectivo, y deja una huella indeleble en nuestra percepción de otras realidades que quedan fuera de nuestra experiencia directa.

Por eso, es fácil entender que tras un bombardeo mediático de este tipo, aceptemos como única solución posible que la reconstrucción del país tenga que hacerse “desde fuera”. Es decir, por parte de nuestras empresas y sin contar con la opinión de sus gobernantes. ¿De qué otra forma podría ser, en un país de salvajes pasivos / violentos, con un gobierno inoperante y sin capacidad de reacción? Que nos lo dejen a nosotros, que sabemos hacerlo bien y además haremos nuestro negoci... esto... colaboraremos bienintencionadamente en la reconstrucción del querido país caribeño.

Entretanto, aprovecho para recordar las palabras de Gerald Mathurin, un ejemplo del coraje, el valor y la capacidad de salir adelante del pueblo haitiano:

“Lo esencial es reconstruir este país: en su dimensión física, por supuesto, pero también y sobre todo en sus dimensiones moral, social y espiritual, intentando reforzar y apoyar el humanismo haitiano, que tiene su fuente en nuestra riqueza cultural.

¿Acaso no ha sido este humanismo el que supo, durante los tres primeros días tras el terremoto, movilizar a hombres y mujeres para remover los escombros con sus manos desnudas para salvar vidas? ¿para compartir su agua, sus ropas y comida, a pesar de la enorme precariedad? Basando unilateralmente lo humanitario en la ayuda exterior, corremos el riesgo de ahogar el humanismo haitiano.”

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