La importancia de llamar a las cosas por su nombre


“Así pues, ¿cuándo se convierte una carnicería en una atrocidad? ¿Cuándo se convierte una atrocidad en una matanza? ¿Cuán grande tiene que ser una masacre antes de poder calificarla de genocidio? ¿Cuántos muertos antes de que un genocidio pase a ser un holocausto? Viejas preguntas que se convierten en nuevas preguntas en cada campo de matanza.”

Robert FISK: La gran guerra por la civilización: la conquista de Oriente Próximo

La Historia es como un bucle, es cierto, pero los giros parecen ser cada vez más pequeños. Ayer leía en Haaretz el aviso de las IDF sobre un posible nuevo ataque a Gaza, tres años después de la operación “Plomo Fundido”, y pensaba de qué había servido el clamor popular que se elevó durante aquellas semanas de enero de 2009 en contra de una de las operaciones más salvajes y desproporcionadas del Estado de Israel contra la Franja (y esto es mucho decir).

¿Que de qué sirvió? Pues de poco más que la dinámica del pataleo y la impotencia, que únicamente sirve como excusa al Estado genocida para justificar el latente antisionismo que impera en el mundo y en muchos medios occidentales, y por tanto su necesidad de defenderse... atacando.

¿Antisionismo imperante?? Me parto.

Parece que las épocas son propicias para rescatar papeles escritos hace rato. Lástima, porque el hecho de que no pierdan vigencia es un síntoma de que no avanzamos. Una trabaja con las palabras, y tiene el vicio de analizar el “cómo” se dicen las cosas, más que las cosas que se dicen en sí. Es un hobby, o más bien un vicio, que permite aprender mucho. Y cuando las palabras están escritas (como en un diario), el campo de análisis es ilimitado!

Por eso, hace un par de años decidí estructurar científicamente ese vicio y darle forma de análisis comparativo entre varias cabeceras nacionales, sobre un tema muy concreto: el uso del lenguaje para “informar” (entrecomillado imprescindible!) sobre el conflicto árabe-israelí durante una semana repleta de acontecimientos graves y violentos con numerosas víctimas mortales en Gaza y Jerusalem. Vaya, que intuitivamente me chirriaban algunos usos concretos (¿por qué un israelí muerto es una “víctima” de un “asesinato”, y un palestino muerto es un “civil” muerto “en un bombardeo”?)... y necesitaba ponerlo negro sobre blanco.

Este es el resumen de la semana analizada: Tanques, helicópteros y tropas israelíes penetraron en Gaza en numerosas ocasiones, matando a más de 120 personas, hiriendo a varios centenares más y causando cuantiosos daños materiales en hogares y negocios. Al final de la semana un palestino con nacionalidad israelí, residente en Jerusalem Este, entró armado en una escuela religiosa ultraortodoxa de Jerusalem y mató a ocho personas disparándoles con un fusil.

En el análisis sabía que encontraría algunos hallazgos. Esperaba detectar el uso de una serie de términos específicos para referirse a situaciones concretas connotándolas de una forma determinada... y concluir que ese uso era más o menos intencionado, en función de la línea editorial del medio y de su posicionamiento sobre el conflicto.

Pero la cosa va mucho más allá... ni yo misma esperaba un uso tan masivo e incondicional de una neolengua acuñada expresamente para este conflicto, al más puro estilo orwelliano.

En realidad, y salvando matices, lo que ocurre es que en este conflicto se ha impuesto por la práctica una forma de contar las cosas, independientemente de la orientación y la ideología, que tiende a presentar a los israelíes como personas (promoviendo nuestra empatía) y a deshumanizar a los palestinos. Por supuesto que este uso no es exclusivo de este conflicto, pero es en él donde su uso se ha extendido y generalizado de tal forma que ya ni siquiera nos lo cuestionamos.

Y no es un tema banal, no se trata de ser más o menos puntilloso en la exactitud de los términos. Cuando se informa sobre un conflicto de este tipo, que ya dura 60 años y presenta una complejidad extrema en cuanto a actores, cadenas causales de acontecimientos, etc, la manera de presentar los hechos influye enormemente en la valoración que se hace de los mismos por parte del receptor. Una vez más, es un tema de responsabilidad periodística, ya que el lenguaje configura la realidad: al configurar nuestra percepción de ella, tiene efectos prácticos sobre cómo reaccionamos ante ella.

Ya mucho antes de que fuera formulada la teoría del framing (expuesta magistralmente por Lakoff en su “No pienses en un elefante”), los movimientos feministas denunciaban que “lo que no se nombra, no existe”, dando lugar a las corrientes que buscan visibilizar a la mitad de la población oculta por el masculino “genérico”. Esta teoría, que analiza los marcos interpretativos del lenguaje, dice que “los medios no sólo establecen la agenda de temas del debate público, sino que también definen una serie de pautas (marcos) con los que pretenden favorecer una determinada interpretación de los hechos sobre los que informan”

La palabra “pretenden” le otorga intencionalidad a unos medios que queremos suponer imparciales e inocentes. Yo, sin ir tan lejos, apunto en este caso concreto únicamente a la consecuencia: al hecho de que de tanto leer sobre el “conflicto”, a veces olvidamos que se trata de una “ocupación”.

También es llamativa la apropiación terminológica y conceptual que hace que una serie de palabras se utilicen siempre en relación únicamente a una de las dos posturas enfrentadas, a pesar de que lo que califica tenga su equivalente en la postura contraria: son términos como terrorismo, referido invariablemente al lado palestino, o el derecho a legítima defensa o represalias que únicamente se utiliza cuando se habla de Israel.

Dejo aquí algunos ejemplos, y un enlace al documento completo por si a alguien le apetece profundizar y empaparse de matices:

- Fundamentalista e integrista se aplican de forma tan exclusiva a la religión musulmana que se han empapado de este matiz hasta el punto de que ya no es necesario que les acompañe la muletilla islámico para especificar, puesto que se sobreentiende. En cambio, los judíos extremistas no se suelen adjetivar de esta forma, y se llega a ocultarse el matiz de extremismo, incluso en los casos más evidentes.

- Un agresor palestino es casi invariablemente etiquetado como terrorista independientemente de la existencia de vinculación a un grupo terrorista, mientras que si el agresor es judío (sea un colono, sea el Estado) se omite esta etiqueta.

- La agresión misma puede ser denominada operación, operación militar, incursión, bombardeo, o simplemente actividad del ejército en el caso de ser cometida por Israel. La mayoría de estos términos son eufemísticos (especialmente operación y actividad) puesto que bajo una apariencia aséptica y quirúrgica, o militar, maquillan la intervención de un ejército en territorio ajeno para matar personas, disparándoles o lanzándoles misiles y bombas. Los términos ofensiva, ataque y agresión implican una proactividad, sea quien sea el sujeto ejecutor. En el caso de venir del lado palestino el abanico incluye el término atentado, con la etiqueta suicida si la persona que lo comete ha perdido la vida en él. Por otro lado, el uso de términos como combate o enfrentamiento resalta una hipotética reciprocidad de la violencia, repartiendo la responsabilidad de la misma entre agresor y agredido.

- En cuanto a la motivación de la violencia, cuando se habla de ella, el uso de respuesta, castigo, represalia o venganza subraya que se produce como respuesta a una agresión anterior por parte del otro bando.

Ojo, porque el tema engancha, y correis el riesgo de acabar hablando con el periódico o con el corresponsal de turno para corregirle los términos. Por desgracia, oportunidades parece que no van a faltar en el futuro inmediato.

Comentarios

Miguel ha dicho que…
Buen post.

¡Salud y buen año 2012!
http://15mikel.blogspot.com/

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